Foto: Forbes México

A México lo azotó la energía de unos mil 122 Hiroshimas

Quiero compartir este texto sobre lo ocurrido en México el trágico 19 de Septiembre y los siguientes días. No sólo quiero compartirlo por lo que dice sino porque quien lo escribe es mi amigo hace años. Junto con él caminé por los puentes que se derrumbaron en el Tec Ciudad de México. Reportero de vocación, lo vi salir a las calles para hacer llegar información real sobre lo que él veía durante la semana del temblor. Este texto es para recordar a los que ya no están con nosotros, y agradecer a todos aquellos que dejaron, alma, fuerza y lágrimas con su ayuda. Sé que todavía hay mucho por hacer. Aquí les comparto esta joya:

 

El temblor del 19 de septiembre de 2017 liberó una energía equivalente a 33 bombas atómicas.

Un temblor de 6 grados libera la energía de una bomba atómica. Cada grado Richter significa 33 veces más energía que el anterior, es decir: el del 7 de septiembre con epicentro en Chiapas, equivale a mil 89.

En 11 días, a México lo azotó la energía de unos mil 122 Hiroshimas. ¿Cuánta energía puede liberar el ser humano para contrarrestarla?

Más de la que nos imaginamos.

Nos han dicho infinidad de veces en esta semana que los millennials vivimos nuestro 85′. Al estar en esa difusa frontera entre las generaciones X y Y (nos dicen “chavorrucos”, sin importar del lado en que estemos), yo viví los dos, pero con recuerdos sólo intermitentes del primero a mis entonces tiernos cuatro años de edad. Sé más de lo de hace 32 años por las anécdotas de mis padres que por el recuerdo de mi tío cargándome en las escaleras durante la réplica de la noche del 20 de septiembre. Vivía a dos cuadras del Parque del Seguro Social y, afortunadamente, no guardo el recuerdo del olor a muerte y polvo de la colonia Narvarte.

Vivimos nuestro 1985, como nuestros padres vivieron su 1957, nuestros abuelos su 1932 y nuestros bisabuelos su 1911. A cada generación desde nuestros revolucionarios tatarabuelos les ha tocado un terremoto de grandes dimensiones. Si el de 1911 escogió el día en que Francisco I. Madero entró triunfante a la Ciudad de México para terminar con el porfiriato, a los millennials nos tocó ese maldito 19 de septiembre que marcó a nuestros progenitores baby boomers.

(El 19 de septiembre maldito. No hay otra manera de decirlo. Maldito en toda la extensión de la palabra: no por culpa suya, no por culpa de nadie, sino porque el destino lo quiso así.)

Tenemos memoria genética para los terremotos. Los mamamos. No podemos predecirlos, no podemos eliminar al 100 por ciento su capacidad destructiva, pero sabemos cómo responder a ellos. Sabemos mover fuerzas exponencialmente mayores a mil 122 bombas atómicas. Sabemos cómo salir a la calle, ponernos un chaleco y un casco, usar una pala, preparar comida, donar víveres, unos dar voces de mando y otros obedecer, confiar en el prójimo más desconocido.

Caminar en la Ciudad de México en la semana de un terremoto es querer llorar de tristeza y de alegría al mismo tiempo, desde el centro de acopio que se desborda de manos de ayuda y artículos, hasta ese chico que a las 2 de la mañana le da un abrazo a su novia al dejarla en la puerta de su casa. Es ver que Andre, quien perdió su casa en la calle de Escocia, está levantando escombros ahí; es saber que Alex sólo pudo sacar cuatro backpacks con lo más importante de su departamento en ruinas y los vació para meter ahí ayuda para otras personas; es ver el edificio donde vivía Karen derruido y leerla pidiendo incansablemente apoyo desde un centro de acopio cercano; es que Fernanda no haya podido recuperar sus pertenencias, pero trabaje con el mismo ahínco de siempre en la generación de información para combatir al sismo.

Dijo alguna vez mi exjefe Francisco Javier González que en la adversidad, florece el ingenio del ser humano. Yo agrego que también reevaluamos nuestras prioridades. En el sur y centro de México, la zona más lastimada por la pobreza y la desigualdad, estamos reevaluando nuestras prioridades y sacando el ingenio desde el 7 de septiembre. Llevamos la ayuda a quienes lo necesiten sin el más mínimo deseo de que intervenga el gobierno. Protegemos a nuestras mascotas como parte de nuestras familias. Demandamos menos spots de partidos políticos y más edificios reconstruidos. Exigimos que se agoten todas las posibilidades de encontrar gente con vida en los escombros, sin importar el tiempo que requiera.

La noche del miércoles, 36 horas después, México volteó a una escuela en Villa Coapa a la espera del rescate de una pequeña. Durante ese día también se reconoció el trabajo de los rescatadores caninos. Los máximos símbolos de la esperanza mexicana se llamaban Frida, sólo que una fue producto de la imaginación de alguien que logró colocarla en todos los medios de comunicación, mientras que la de cuatro patas ha rescatado a más de 50 personas en torno a diferentes desastres.

El golpe de Frida Sofía, en una sociedad hiperconectada y sobresaturada de información (como no existía en 1985), le costará caro a los gigantes del mainstream mediático. Incluso aún si no fuera culpable, Televisa pagará el desprecio de la falta de credibildad y, en cuanto pasen los efectos de la emergencia, le acreditará su bajo rating a que los insolentes millennials ya no ven televisión, esos mismos millennials que salieron a la calle a ayudar, incluso después de perderlo todo.

Esos millennials que fueron llamados apáticos, flojos, desinteresados e informales están levantando al país. Esos millennials decidirán quiénes dirigirán al país el próximo año. Y me atrevo a decir que también el “cómo”. Tal como hace 32 años, hoy la sociedad civil rebasó tangiblemente la capacidad de respuesta del gobierno, pero nuestros padres no pudieron cambiar al sistema porque a Manuel Bartlett se le cayó, sí, el sistema. Ironías mexicanas.

Esos millennials, en cuanto dejen de levantar piedras, de llenar cajas en los centros de acopio y de resucitar al país, decidirán qué hará la generación de nuestros padres.

Con la fuerza de millones de bombas atómicas.

Autor: Ricardo Otero (@otero_rj)
Fuente: https://medium.com/@oteromac/las-mil-bombas-atómicas-mexicanas-488eb79ff49c
Fecha: 22 septiembre 2017